Haití es una cuestión de todos.
Pensar que es un país al que le caen desgracias encima es desconocer la responsabilidad que tienen los organismos de Cooperación Internacional y Naciones Unidas, en particular. No ha sido el primer terremoto, ni a primera epidemia, ni el primer problema político.
Haití ha sido expoliado sistemáticamente por las multinacionales y por servicios de la deuda, por consultores inescrupulosos y por programas de pseudo-ayuda que lo único que han hecho es perpetuar la pobreza.
La pobreza de Haití es funcional a la posibilidad de continuar diseñando programas inpracticables.
Acá no se trata de seguir lamentándonos ni de sentarnos a pensar complicados papers para analizar el problema: las variables, la población objetivo y los indicadores se pueden ver en las calles de Haití. Hay que poner manos a la obra y el cuerpo a la situación.